Carisma

¿Cuál es esa fe?, no sólo asegurar que Dios es nuestro Creador y Salvador, y reconocerle como nuestro Señor; sino desde nuestra propia experiencia, confesarle como el Señor que nos ama, que nos ha elegido, Nuestra Madre nos dice: «Nuestro Señor es quien nos ha llamado a trabajar   en el campo del Padre de Familia» (P 06-02-24).         

¿Cómo se llama esta elección en nuestro leguaje franciscano? Es una predilección

Escuchemos detenidamente a nuestra Madre:   “Es una predilección ser llamada a compartir en el trabajo de la Viña del Señor”. (P 15-06-30)

De tal manera  esbozamos este criterio general para no abundar en explicaciones, sino más bien recalcar con gran alegría y gozo que somos obra de Dios, somos don de Dios, esto debemos tener presente todos los días, nuestra única preocupación debe ser,  la respuesta al amor de un Dios tan fino y amante.

El amor no son palabras, tiene su fundamento en el sacrificio y el vencimiento propio. Para Nuestra Madre que aprendió y comprendió en la escuela del Espíritu Santo la ciencia de sufrir amando, recalca que van juntos amor y sacrificio por ello afirma que «debemos identificarnos con nuestro Esposo y ser con alegría las amantes esposas de Cristo crucificado«; y el amor implica sacrificio, pues, el sacrificio es característica del amor. “Adelante, hija mía; su ideal, y el de todas, no  debe ser otro que amor y sacrificio (P 24-10-24). Nos repite constantemente.

Y es que el sacrificio es Amor, y cuando lo aceptamos como don de Dios y asumimos, como dice Nuestra Madre, las cruces y sufrimientos son llevados con verdadera paz y alegría (V 15-10-42), es vencimiento de uno mismo, reconocimiento de la propia miseria, abandono en las manos misericordiosas del Padre.

Todo sacrificio debe ser para cada una de nosotras el modo de triunfar sobre las imperfecciones para llegar al encuentro con el Señor,  esto se logra cuando serenamente -con la gracia de Dios- hacemos frente a las dificultades de la vida -que son pancito de cada día, como dice Nuestra Madre «delicioso pan del cielo»-“ manantial de méritos para el cielo; cada sacrificio, cada vencimiento son el peldaño de la gran escala para subir a Dios” (V 23-02-48; P 28-11-23; P22-09-35; P 15-03-24).

Para entender lo que es permanecer junto al Sagrario como víctimas que se ofrecen en holocausto, trazamos  sin titubeos la «difícil» caminata del amor al amor porque sólo esto se necesita para vivir por amor; para IMITAR A JESUS, saborear con alegría su sacrificio; pero en absoluta  HUMILDAD (P 24-03-24).

¿Qué es la humildad?, es ponerse frente a Dios y frente a los hombres con abandono total en manos del Padre y al servicio de los demás. Nos insiste Nuestra Madre “no hay santidad sin cruces y sin secretas  e íntimas  crucifixiones” (V 13-11-30) “es la razón efectiva para saber sufrir amando” (V 07-04-45).

De manera que el sacrificio es amor, la humillación es amor, y franciscanamente amor es hacer la voluntad de Dios «sin glosa», esta es «la santidad verdadera»,  ahora es necesario oír la voz de Nuestra Madre:

«Como víctimas que somos, deseo que cada una  sea discípula muy aventajada en la escuela del sacrificio» (V 03-01-42).

 

SERVICIOS ESPIRITUALES DE ACUERDO A LAS FINALIDADES DEL INSTITUTO

De acuerdo a las Constituciones vigentes, sobre nuestro carisma apostólico, es el de Adorar, Reparar, y Servir franciscanamente, bajo el signo de sencillez, humildad, pobreza y caridad evangélicas, a través del testimonio de la Vida Consagrada en los Ejercicios Espirituales, Pastoral Educativa, Misiones, Pastoral So­cial, Pastoral de la Salud, entre otras obras que surjan, bajo las orientaciones y directrices de la Iglesia (cf. DC 12, 4).

Nuestro carisma está labrado con la voz, manos y corazón de Nuestra Madre María Francisca de las Llagas en el encuentro absoluto con el Amado que se deja descubrir en cualquier parte porque, «es planta de todo suelo», dice la Madre.

Presentamos nuestro carisma  como una dulce, constante, sacrificada y necesaria EXPERIENCIA DE DIOS. La misma que es el conocimiento de un Dios presente en nosotros. Franciscanamente  es el encuentro sencillo y puro de la criatura con el Dios Trino y Uno, sumamente amado, que está allí, en el Sagrario, en la naturaleza, en todas partes y sobre todo  en el otro, con un rostro singular, auténtico.

Esta experiencia se funda en una profunda y efectiva fe, que nos lleva a repetir constantemente con María Francisca de las Llagas: «¡Qué bueno es Dios!, pues nos da ocasiones para prácticamente manifestarle nuestro amor…» (V 27-12-28).

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