Nuestra vida ha de imitar y reflejar la pobreza de Cristo “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” y como carisma propio de la vocación franciscana debemos solícitamente buscar y practicar este don. Desprendiéndonos de sí mismas, para vivir el misterio de anonadamiento, humildad y pobreza de Jesús, practicando el desprendimiento de las cosas materiales, lugares y personas, compartiendo con los más necesitados lo que somos y lo que tenemos, y confíese siempre en la Divina Providencia. Conservando la integridad del espíritu de pobreza con el sello de la austeridad, sencillez y humildad renunciando a todo aquello que no constituya una verdadera necesidad.