Sus Virtudes

María Francisca de las Llagas vivió una fe sobrenatural que se manifestaba en sus palabras y obras. Tenía mucha fe en la reverencia al Señor.  

Esta fe la llevó a tener una esperanza firme y continua en la providencia de Dios y en su misericordia.  Con paz, humildad y fortaleza afrontó las serias contradicciones de su vida entregada a Dios, para llevar adelante aquello que Dios le había encomendado. 

La fe le hizo amar la cruz y el sacrificio. “Me incliné sobre la cruz e hice de mi vida una oblación de dolor, humillación, silencio y olvido” (Apunte hallado en sus notas y propósitos espirituales)

Y le hizo amar y venerar todo lo que tenía relación con el Dios -Hombre que vino al mundo a salvar a los pecadores. De aquí su diaria preocupación por visitar al Santísimo Sacramento, por cuidar del culto, por celebrar devotamente las novenas y fiestas de Navidad, el Sagrado Corazón de Jesús, la Semana Santa.

Manifiesta su amor al prójimo con su bondad, delicadeza y dulzura en el modo como promueve iniciativas para su Congregación para catequizar y formar a los más pobres. Subrayó la naturaleza “misionera” de su Congregación con estas iniciativas catequísticas.

María Francisca de las Llagas observó la pobreza evangélica de conformidad a su estado. Fue fiel imitadora de nuestro Padre San Francisco. Se contentaba con lo que había posibilidad de tener, con lo que Dios daba y a veces no había ni lo más necesario, pero se manifestaba tranquila y contenta en medio de tantas privaciones que se experimentaban. En el vestido era estricta, guardaba modestia y la sencillez, lo mismo en su habitación, muy reducida e incómoda.

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